Las personas somos seres emocionales, débiles y estamos conscientes de ello. Somos pensantes, inteligentes y hemos logrado grandes cosas con nuestro intelecto, pero también podemos ser tan débiles para dejarnos llevar por nuestros sentimientos.

En la búsqueda de la felicidad, nuestro cuerpo, mente y alma tienen una sola cosa clara: buscar el camino correcto y mantener la paz con nosotros mismos. No parece tan difícil hasta que de esa paz dependen factores externos tales como: trabajo, familia, amigos y pareja. Cada uno de ellos busca lo mismo que tú, su felicidad plena y absoluta.

Todo tiene un final, todo es un ciclo y en definitiva somos parte de una amalgama de sucesos que se van dando una y otra vez. Es un no parar de felicidad y tristeza a lo largo de nuestra existencia y a nosotros nos toca vivir con lo estipulado por los dados de Dios en el universo (la vida, Alá… whatever you believe in).

Es difícil decir adiós, reflexionar en todo lo sucedido, determinar objetivamente nuestros aciertos y faltas, y por qué las cosas se dieron de tal forma. Es difícil emprender el camino de manera solitaria y que, de forma individual tomes tus decisiones y también te dejes llevar por la vida. Es difícil perdonar y seguir adelante con sentimientos propios que quizás se mantenían reservados por prestar más atención a los de los demás, a quién alguna vez le confiaste ciegamente y los atesoró hasta el día en que todo acabó.

Es difícil, de hecho, mirarse al espejo y recordar que estamos solos en el mundo. Que no tenemos un compañero. Es difícil que la primera persona en la que pienses, sea la última que piense en ti. Sólo nos queda la experiencia, el aprendizaje, la voluntad de seguir cosechando nuestros propios pequeños triunfos del día a día y esperar a que la vida nos sorprenda con nuevas cosas.