Son las 4:21 p.m. cuando inicio este artículo, ensimismada en mis ideas, con un café, un croissant y muchas ganas de desahogarme. No tengo muchas opciones o quizás mi propia mente ha cerrado el compás debido a la costumbre de permanecer donde estoy.
Conozco a muchas personas, de todos los estratos sociales… Mi trabajo me lo permite, a veces me lo restriega en la cara y a veces pienso que es una bendición porque puedo aprender de personas tan distintas todos los días. En mis oídos alguna canción desconocida de Kendrick Lamar me hace divagar en mis propios pensamientos, mientras me niego a la posibilidad de caminar hacia el cadalso cuando suene el teléfono con alguien del otro lado dándome una mala noticia.
Mencioné a las personas con las que trabajo todos los días porque en ellas me veo a mí misma, ya lo he resaltado en varios artículos. Puedo ver que soy privilegiada en muchos aspectos y que debo mostrarme agradecida, ya que hay quienes la están pasando peor, tienen deudas impagables, hijos qué alimentar, etc. Como a su vez puedo ver que merezco muchas más oportunidades que muchos otros malnacidos, y culpo a la vida por ser injusta y por no nacer en una familia privilegiada… Suena tan estúpido como me siento por haberlo escrito.

En fin… El mundo es de quienes lo conquistan, no debería ser de aquellos que son vistos conquistándolo. Si no te ven haciéndolo, ¿no vale? Si no ven que eres bueno, ¿realmente no lo eres? Estoy sobrecalificada para mi trabajo, como muchos de mis compañeros, pero aquí seguimos. Aquí sigo, trabajando en silencio, aprendiendo cada día, sintiendo culpabilidad de no aplicarme más, justificándome con tonterías.
Aquí seguimos, queriendo conquistar mucho más, abrir el compás en busca de mejores oportunidades. Aquí seguimos en silencio, sodomizados por el sistema, infravalorados, solos, pesimistas y sintiéndonos perdedores, siendo ésta la ironía más grande. Mientras ves que más personas están en esta constante depresiva, se vuelve normal. Un statu quo, un requerimiento, una etapa que su duración es directamente proporcional a la motivación que tengas.
Pero es normal perder la motivación, llegar a un punto de quiebre y romper a llorar. Es normal y por muy privilegiada que sea nuestra generación, somos humanos también y estamos sobreestimulados por todo lo que pasa a nuestro alrededor.
Pero en algún momento nuestro trabajo romperá el ensordecedor silencio y nos veremos obligados a sólo mirar hacia arriba, luego de haber caido en seco al suelo. A unos les pasa más temprano y a otros más tarde, pero siempre pasa. ¿Será este el momento de mi caída? ¿Cómo definirlo si no sé si estoy subiendo o estoy bajando? O simplemente soy parte de los engranajes y voy a permanecer ahí unos meses más, esperando… Ya sea una mejor oportunidad para subir y ser mejor o la inevitable caída estrepitosa al suelo, de la que no quiero ni siquiera hablar.
No tengo la menor idea… Sólo sé que son las 4:51 p.m., mi café se me enfrió, mi croissant también y Drake en mis parlantes acompaña perfecto este Drama Millenial.