Luego de escribir la carta A mis Amores Fallidos he seguido reflexionando, a veces mirando a la nada buscando un maldito sentido de mis acciones, a veces escribiendo letanías en mi diario personal, a veces refugiándome en la música.
Y como en cada duelo, existen varias etapas, creo que luego de tantos descensos, al chocarme con el suelo me he revolcado en el fango de mi propia ignorancia motivada por mi amor incondicional. Y qué tonta e ilusa fuí…
Fui una tonta porque todos e incluso tus propias acciones me advertían de que estaba haciendo mal al ser demasiado condescendiente contigo. Porque recuerdo con claridad todas las veces que me rechazaste, me silenciaste y me dejaste a un lado. Cuando me hiciste llorar tratándome mal sólo por tu inseguridad, cuando era la única persona dispuesta a salvarte…
Y lo peor es que seguí ahí, aguantando, perdonándote y excusándote, porque yo misma justificaba tus acciones, poniendo en tela de duda mi amor propio.
Tú no me amaste, tú amaste una idea que tenías de mí: quisiste llevarla a cabo, porque cada vez que era yo misma y no lo que querías que fuera, te frustrabas, me tratabas de estúpida y yo me sentía peor que una mierda.
Tú no me amaste, tú amaste ser amado a como diera lugar: amaste imponer tu personalidad y ser un patán desde el principio y te aprovechaste de mi vulnerabilidad para apoderarte de mis sentimientos.
Tú no me amaste, tú amaste tener autoridad: sólo estuviste en tu zona de confort y me convencías muchas veces de hacer sólo lo que tú quisieras. Porque no tenías reparo en rechazar mis intenciones e imponer las tuyas, haciéndome creer que estuvieras siempre en lo correcto.
Tú no me amaste, tú te amaste a tí mismo.