Antes de empezar a definir tal término, debo confesar que estoy perdiendo un poco (para no decir mucho) de aquello por lo que luché hace años contra los demás. Esa manera tan enérgica de imponerlo, demostrando lo decidida que estaba; aunque por dentro estuviese muriendo por finalmente sentirme aceptada por los demás.

No sé si simplemente estoy cediendo demasiado a las situaciones ajenas a mis decisiones y quizás esté en ese modo IDGAF que mantuve como caparazón hace ya un par de años. Y que en resumidas cuentas ya traspasa la corteza de mi corazón. Posiblemente esté creciendo un poco más cada día, esté dandome cuenta de lo que realmente significa la vida real y sinceramente no está del todo mal: ya me acostumbré a trabajar, tener un salario y cuentas qué pagar, las cuales aumentan gradualmente.

Pero ¿qué pasa con esa escencia que nos hace ser quiénes somos, que nos distingue del resto? Cuando crecemos y definimos nuestra personalidad en base a las experiencias en nuestra vida, muchas veces la realidad parece no estar del todo de acuerdo, y es entendible porque no todo debe ser color de rosa, sino ¿qué sentido tendría la vida misma?

La escencia que te define como un ser único en el mundo es lo que te impulsa a ser quien quieres ser cuando quieras y hacer lo que amas cuando quieras. Tu escencia es aquello que te acompaña cuando estás solo, aquello que es presumible con las personas más importantes de tu vida. Tu escencia es tu realidad ideal dentro de la realidad maldita en la que viven aquellos que no se dejan llevar por su propia escencia.

Hay que dejar atrás el miedo y, aunque suene raro, el ego; no podemos vivir atrapados en un caparazón del cual no estamos orgullosos de portar y hay que saber reconocer cuando no estamos en paz. La escencia es precisamente eso: ser verdaderamente feliz siendo quién eres.